En la tranquilidad de su taller, rodeados de sus obras y restos de cera con los que traduce las ideas al lenguaje del arte, hablamos con Emilio Velilla Ubago. Escultor de larga y reconocida trayectoria profesional, profesor y alumno de grandes maestros, reflexiona en esta entrevista sobre sus obras, su poder de comunicación, su valor y el complicado proceso de la creación artística.

Por: Fátima Ruiz

 ¿Qué es la escultura para Emilio Velilla?

Creo que la escultura es fundamentalmente una parte más del pensamiento creativo que tiene la humanidad, la civilización. El pensamiento creativo se produce en muchas direcciones: el artístico es uno de ellos, pero también el científico y otros. La escultura es un pensamiento creativo que además es fáctico, que necesita el experimento material continuo, y es muy sensible. Es una forma de expresión que te permite conocerte y te permite un poco conocer el universo en el que se basa su propia existencia. Esa sería la definición genérica para mí.

¿Cómo comenzó su relación con la Galería Capa?

Fue un proyecto que Fernando nos presentó en su día a un grupo de escultores que compartíamos taller en Gutierre de Cetina. Era un proyecto muy ilusionante porque se trataba de generar una colección de obra de pequeño formato, de distintos autores, en bronce. Hubo una edición más amplia para poder llegar a los bolsillos con el objetivo de generar una cultura de compradores. Fue lo que dio lugar a la colección propia de la galería en origen en aquellos años.

¿Qué caracteriza a las obras de pequeño formato que expone en Capa Esculturas?  

El pequeño formato (de 15 o 20 cm como muchísimo) pertenece exclusivamente a esta parte de mi contacto con la galería, con el proyecto de Fernando. Intentaron ser obras más directas, más desprovistas de enjundia y como pequeños divertimentos, algo que podías tener en tu casa y que no te exigiera una reflexión más allá de...

Su obra está cargada de metáforas, mitología, simbolismo… ¿Qué le inspira?

Hay un esfuerzo por tratar lo cotidiano, porque la figura humana aparezca representando situaciones sencillas y sin un argumentario formal excesivo. De todas maneras el momento de inspiración es complejo. A veces lo tienes y después te das cuenta de por qué ha venido.

¿Cuál es la banda sonora en el taller del artista? ¿Es importante crear un ambiente?

Descubrí la música clásica, además de por consejo de mis buenos amigos y maestros, gracias a Radio 2, de Radio Nacional de España (RNE). En aquella época había un elenco de presentadores y de guionistas estupendísimos y pudimos disfrutar muchísimo. Escuchábamos música clásica continua, desde que entrábamos hasta que salíamos.

¿Siempre logra dar vida a sus ideas tal y como las imaginó?

No. Nunca he logrado eso. Jamás. Planteo una idea probablemente a lápiz en un rato que esté absorto, que se me ocurre algo mentalmente. Pero luego, de cómo yo planteo la idea, a cómo viaja a través del lápiz al papel y del papel a la cera, al caballete y de la cera al bronce, en todo ese proceso, la idea manda más en mi que yo en ella. Se escapa. Yo creo que no está mal porque suele ser más fresco así.

¿El arte tiene precio?

Desde el punto de vista metafórico o filosófico no tiene precio, tiene valor, que son dos cosas completamente distintas y que en la sociedad hoy en día se confunden desgraciadamente, tiene el valor de la transmisión del pensamiento del sentimiento a través de las generaciones. Un valor increíble. Una obra se convierte en clásica cuando es capaz de suscitar un mensaje en el tiempo. Y un mensaje válido a través de las generaciones independientemente de la acción de la sociedad. Ese es el gran valor del arte. ¿Tiene precio? Claro. Porque es un objeto, de consumo, mercantil, y entonces esa parte también existe y es un mundo tan bueno y tan malo como lo es el mundo mercantil. Se podría hablar mucho.

Tiene numerosos premios y reconocimientos, escultura pública… ¿Es complicado ser reconocido en el arte?

Una cosa es el talento que pueda tener alguien y otra cosa es que se le pueda reconocer o no. El reconocimiento es cuestión de suerte, de estar en el momento adecuado en el sitio adecuado y si además has trabajado y has trabajado honestamente y has producido una obra interesante se justifica todo. Pero es complicado.

¿Cuál ha sido el mayor reconocimiento o por el que se siente más orgulloso en su carrera?

Me emocionó la escultura que puse en la plaza del Dos de Mayo en Madrid (Las lecturas del Dos de Mayo) por muchos motivos. Fundamentalmente porque era una obra del periodo que nos convocaba a antiguos alumnos de la escuela. Era una especie de reconocimiento a uno de mis maestros, César Montaña. Es una obra con la que me encuentro muy a gusto. Está muy bien integrada en la plaza y pasa desapercibida para que siempre que la encuentras sea una sorpresa, sin competir contra el urbanismo ni contra la magnífica estatua de mármol de Daoiz y Velarde. Forma parte de mi vida. Es un punto y aparte tras el que abandoné una forma de lenguaje y aprendí otra.

Emilio Velilla Dos de mayo

¿Hacia dónde se dirige ahora la creatividad de Emilio Velilla?

Ahora mismo me lo estoy pasando bastante bien con la escultura digital. Es decir, trabajar la forma mediante programas de 3D. Es un mundo que estoy intentando descubrir. Me decepciona mucho su conclusión matérica, que es la impresión, el fresado, pero una vez que se hace de modo digital tiene que entrar de nuevo el escultor para que de su propia mano acabe la obra. Como herramienta se tiene que incorporar al proceso de la escultura. Va a transformar el mundo de la escultura.

Las obras del mes

La Duda (2001). Bronce a la cera perdida. Galería Capa.

Es un pequeño múltiple. Un desarrollo espacial horizontal en el que a un lado hay una silla y al otro un personaje, una figura que está mirando a la silla. Desde el punto de vista formal hay muy poquito esfuerzo, porque no hay actitud de descripción de planos, de desarrollo del espacio, sino que es una escultura escenográfica: dos elementos contrapuestos. Para mí tiene bastante contenido en el sentido de que intenta reflejar la duda como constante vital en todos nosotros. ¿Me siento o no me siento? La duda es el motor de todo. Incluso para gente más decidida. Hasta el más decidido duda antes de tomar la decisión. Cuanto más el que no es decidido... La duda puede ser positiva como herramienta de desarrollo humano también, de pensamiento, el dudar de las cosas por sistema (digo dudar, no desconfiar, que son cosas distintas). La desconfianza es más enfermiza, la duda más sana. Es el mensaje de la botella que yo lanzaría al mar y que en el otro extremo alguien puede encontrar y leer. Este es el milagro de la comunicación en el arte, si es que ocurre.

Espera del pasajero (1995) y Pasajero bajo la lluvia (1995). 
Bronce a la cera perdida. Galería Capa.

Pasajero bajo la lluvia habla de la incertidumbre, del desasosiego de la espera (si va a venir o no va a venir, si te vas a ir o no). El hecho de incorporar un paraguas acentúa mucho más esa tristeza de la figura, esa soledad, como en Ultimas Noticias (en lo absorto de su personaje). Estas dos figuras de los Pasajeros, y sobre todo la de La duda, son las que me más me interesan.