Por: Fátima Ruiz

Da forma a sus palabras con el mismo cuidado y gusto por la perfección con la que firma sus obras. Manuel Mateo (La Peraleja, Cuenca, 1951) es una de las figuras más representativas de la escultura contemporánea en nuestro país y un pope del oficio que conoció desde el mismo corazón de la Fundición Capa de la mano del “maestro”, como llama cariñosamente a Eduardo Capa. Con una honestidad artística políticamente incorrecta, sincera y reveladora, nos acerca a su personal y delicada creación desde el jardín de la Fundación Capa en Arganda del Rey.

Después de décadas de trabajo y reconocimientos a su obra, ¿qué ha cambiado en su concepto personal de escultura?

El concepto en esencia de la escultura no ha cambiado. Sí han cambiado las formas, las maneras de hacer y la adaptación de la escultura a unos materiales. Recuerdo cuando empecé, como toda persona que empieza, estar influenciado por sus maestros, que es una cosa lógica e incluso sana. Pero con todo ese conocimiento adquirido llega un momento en que hay que pararse y cribar y quedarte con aquello que tú quieres para comenzar tu camino, y separar –no renunciar– a aquello que pertenece a la obra de otros. Este es un proceso que me costó varios años, porque no es fácil desprenderse de todo aquello que has recibido durante tanto tiempo, pero al final merece la pena porque vas encontrando tu sitio, tu forma de hacer y, en definitiva, una escultura que sea reconocible como tuya.

Manuel Mateo

¿Cuándo alguien se acerca a una de sus creaciones qué puede ver?

Todavía la tecnología no ha profundizado, no ha llegado a saber qué es lo que pasa por la mente de una persona cuando ve una obra. Sí me gustaría que viese que es una obra pulcra, una obra hecha sobre todo con un gran respeto hacia el espectador (cosa que creo que ahora se está perdiendo) y creo que es una obra sin dobleces.

¿Cuándo comenzó su relación con Capa Esculturas?

Comencé a conocer a la familia Capa allá por los años 1966/1967. Por primera vez nos acercamos un grupo de estudiantes de la Escuela invitados por el maestro Capa y desde entonces ha existido esa relación cordial, porque en esta casa siempre ha habido un plato para el que quisiera, una cama para el que lo necesitara y, desde luego, siempre un  buen consejo de la persona que para mí más sabía del arte moderno y contemporáneo y específicamente de la escultura que era el maestro Capa. He de reconocer que fue una persona que me ayudó mucho, tanto para aleccionarme sobre escultura como económicamente. Recuerdo que pasé una racha de dificultades y, un día, en la esquina de la Cibeles con el Ministerio del Ejército, iba con su hijo Eduardo, y me dice: “¡Hombre ¿dónde vas?!”. “Voy a buscar trabajo”, le dije. “¡Cómo, ¿Qué no tienes trabajo?! Mañana mismo te quiero en la fundición”. Y allí me fui, pero como obrero. Yo tenía mi sueldo, mi horario, y eso me dio la oportunidad de salir del atolladero y además de aprender todo lo que es el proceso de fundición. Hay personas que mandan la escultura por una agencia, se la devuelven por una agencia, y no sabe qué proceso ha seguido. Para mí eso creo que es muy triste.

¿Cuál es el peso que la fundición tiene en la producción de un escultor?

Eso depende lógicamente de cada uno. Entiendo que soy un poco especial en cuanto al acabado. No por nada, porque sea un pejigueras, sino porque en el tipo de escultura que yo hago el volumen y la línea son volúmenes y líneas muy puros, donde quiero una perfección, que una línea no se quiebre, que un volumen esté en su sitio… En ese sentido y por eso fundo en Capa, porque creo que es una fundición que siempre ha satisfecho los deseos de lo que quería para mi obra. Prefiero pagar algo más –porque la calidad se paga– y ofrecerle al espectador ese respeto, una escultura como yo quiero que la vea.

Háblenos de sus obras de pequeño formato…

Cuando nos referimos a la obra de pequeño formato nos estamos refiriendo al 90% de mi obra.  Por desgracia, económicamente no me he podido permitir –excepto cinco o seis monumentos que he tenido la oportunidad de hacer – fundir todo lo que quisiera. Ahora bien, la obra de pequeño formato no hay que confundirla con una obra menor. Puede tener tanta grandiosidad o igual que una grande.

Manuel Mateo

¿Hacia dónde nos llevan las nuevas tendencias en el ámbito artístico?

Me va a permitir que responda con una anécdota. Hace años (sería la tercera o cuarta edición de ARCO), una galerista de una galería bastante famosa me propuso que si hacía un tipo de escultura –recuerdo las palabras– “de la que ahora se lleva” yo estaría en ARCO. Por supuesto, ni estuve en ARCO, ni estoy en ARCO, ni estaré en ARCO. Mi escultura posiblemente no es la mejor del mundo, pero es en la que yo creo, la que me divierte y con la que me lo paso bien. Si para estar en ARCO tengo que renunciar a todo eso, para eso hay otras personas. Y, desde luego, a la vista está que las hay. El arte actual –fomentado por muchos galeristas y muchos críticos– lo comparo con el cuento del rey desnudo. Como todos sabemos, todo aquel que no veía lo bonito que era su traje era un necio. Creo que con eso respondo a su pregunta, no hace falta aclarar más.

¿Cuál es el valor del arte?

Para mí, es lo que cada uno siente del arte. Seguramente mi valoración difiera de la de otra persona. Cuando me preguntan sobre qué sería si no fuera escultor es que no me lo he planteado. Lo que yo hago creo que es arte. En comparación, si lo que hay en la pasarela ARCO es arte, yo prefiero llamarme simplemente un hacedor de cosas. Si pintar un bidé de lunares o estar buscando palés es arte, pues yo retiro lo de escultor. Pero para mí el arte es lo que todo el mundo debe tener la capacidad de sentir. Es decir, a uno le moverá un sentimiento de rechazo, a otro de alegría, a otro sublime, pero, en general, el Arte es tan fundamental en la persona como el conocimiento de otras materias. Es la expresión del sentimiento.

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